22 de febrero de 2014

Paradojas matemáticas

Me dice hoy el cacharro con el que salgo a gastar suela por los campos de esta orillita del Guadalquivir que en los últimos 365 días he corrido la redondísima cifra de 1.000 kilómetros. Y me lo dice tan campante, como quien no quiere la cosa, avisándome del hito más por casualidad que por tener un detalle motivador conmigo.
O sea, que me paso un año de sudor y agujetas aguantándole la vocecita que cada 10 minutos me recuerda (no exenta de cierto retintín) que mi velocidad promedio es la de una liebre coja y que la distancia recorrida es tan poca que he debido coger sin querer un desvío al agujero negro más cercano y allí periclito como una imbécil por tiempo indeterminado. Que a pesar de ello no la enmudezco de un golpe seco en la pantalla táctil, porque le he cogido ya cariño con el roce, porque en el fondo me hace compañía... ¿Y la muy desaboría ni siquiera me manda flores por nuestro 1.000 aniversario? Romanticismo, requiescat in pace.
Me encorajinaría de meñique a moño, pero estoy ocupadísima haciendo que eche humo la calculadora, que a mí las matemáticas solo se me dieron bien cuando tocaba suspenderlas. Resúltase que el aparato que me avisa del kilometraje acumulado en mis seductoras pantorrillas alberga en su interior más informes y desgloses sobre mi actividad deportiva que el albino de Wikileaks sobre el espionaje mundial: ¿acaso mi pierna dormirá más suelta esta noche por ser conocedora de que ha transitado una media de 2 metros por minuto a lo largo del último año? No sé a ustedes, pero a mí estas medias me dan más urticaria que las de nylon del chino, pues sacan la competitiva atleta olímpica que llevo dentro: ¿un pipí u 8 metros más? Y no hay cosa peor que una vejiga resentida, se lo digo yo.
Sin embargo, confieso que hay un dato en particular que me tiene en estado de epatación permanente: el contador de calorías. Dicho artefacto me notifica que he pasado por la incineradora la notable cantidad de 44.500 calorías. Lo cual para un alma de sofá cualquiera puede parecer una jartá, pero traducido en energía se queda en 0,052 kWh, lo que pasado por la turmix del capitalismo imperante me supondría unos exiguos beneficios de 0,006 euros en caso de que decidiera mercantilizar mis excesos energéticos y ofrecérselos a Endesa para un caso de apuro. En román paladín, una caca.
Mi homólogo correndero
Ah, no. Esto de las calorías no se queda aquí, se lo prometo. No se pone una a hacer el Forrest Gump y se ventila sonriente la distancia entre Sevilla y Lourdes (pasando por Villadiego) para que la hazaña no trascienda más allá de una miajita de kilovatio. Aquí hay gato en clausura, seguro. Trátase no más que de cotejar fuentes científicas fidedignas y ver si se le saca jugo al asunto. Y hete aquí que me ilustra un sesudo artículo del Marie Claire con que la equivalencia de calorías consumidas a gramos de peso desterrados a Siberia es de 1:1; uséase, que a caloría gastada, gramo repudiado.
A ver, no se me nervioseen, que he de calcular por la cuenta la vieja... ¡La leche de soja en versos alejandrinos! Según la fórmula proporcionada, he carbonizado, ni más ni menos, que 44 kilos y medio de peso en estos doce meses. Con el empirismo que me caracteriza siendo de letras puras, concluyo que dicha cifra me catapulta en este preciso instante al borde de una crisis existencial como la copa de un pino. Vamos, que por no existir, casi ni existo, habiéndome quedado en lo que se venía llamando tradicionalmente la nada y hoy en día se llamaría un bosón de Higgs, por ponerme cuántica (porque histérica ya llevo un buen rato, desde que tomé conciencia de mi desaparición física).
¿Cómo le digo ahora yo a mi madre que no sé si existo o no? Y que, en caso de existir, me he quedado en aproximadamente el tamaño y peso de un melón... A ella, que es un mar de tribulaciones porque mis hábitos vegetarianos no incluyen un filetín de ternera de cuando en vez. Y lo malo no estriba en dejar a una madre en estado de shock, no. Lo peorísimo será tener que escuchar, desde mi mermado estado existencial, la sempiterna expresión que toda progenitora que se precie lleva colgada al labio cual hebra de paja llevaba John Wayne... "¡te lo dije!" O cualesquiera de sus múltiples vertientes, como "esto se veía venir", "ya lo sabía yo", "estaba visto"... En fin, mami, tampoco es para clamar al cielo; son cosas que le pueden pasar a cualquiera, esto de desintegrarse de la noche a la mañana. 

Desde mi nueva perspectiva de simple quark semihumano, pero con una nueva y elevada conciencia filosófica que ya quisieran para sí Kierkegaard o Sartre, he tomado algunas resoluciones para aplicar de ahora en adelante:
- No leer el Marie Claire
- Desayunar dos docenas de churros mañana
- Llegarme en verdad a Lourdes, por ver si lo mío tiene solución

Porque correr, voy a seguir corriendo como el señor Gump, aunque solo sea por llevar la contraria al famoso non plus ultra. Ya veremos... ("está visto", oigo decir a cierta madre).